Sagrada Profesión: Ética, rigor y profesionalismo

 


Como periodista, he dedicado años a la formación y sigo aprendiendo cada día. Reitero esto porque es fundamental decir no a la piratería comunicacional. Es importante reconocer a quienes se han formado para ejercer el periodismo. Verán, es sencillo deducir quién es un profesional y quién no. Basta con analizar su forma de actuar, su vocabulario y su tendencia a mendigar información o favores.

A quienes no han estudiado ni se han graduado como comunicadores sociales, por amor a Dios, no los llames periodistas. La distinción es clara y necesaria. El periodismo es una profesión que exige rigor, ética y un profundo conocimiento de las herramientas y responsabilidades que conlleva informar a la sociedad.

La piratería comunicacional, como la llamo, se manifiesta de muchas formas. Se trata de personas que se arrogan la autoridad de informar sin haber pasado por el proceso formativo que garantiza la veracidad, la objetividad y la responsabilidad social de la información. Vemos a individuos que, sin formación alguna, se presentan como fuentes de noticias, opinadores o analistas, pero cuya práctica dista mucho de los principios periodísticos.

¿Cómo identificar a un verdadero periodista? Primero, observemos su preparación. Un periodista titulado ha pasado por un currículo universitario que abarca teoría de la comunicación, ética, redacción, investigación, legislación de medios, entre otras materias cruciales. Esta base teórica y práctica es lo que les permite abordar los temas con la profundidad y el cuidado que merecen.

Segundo, analicemos su modo de actuar. Los periodistas profesionales se caracterizan por su prudencia, su respeto por las fuentes, su compromiso con la verificación de los hechos y su imparcialidad. No buscan protagonismo personal, sino dar voz a la verdad y servir al interés público. Su trabajo se rige por un código de ética que les impone límites y responsabilidades.

Tercero, su vocabulario. Un comunicador social formado utiliza un lenguaje preciso, claro y adecuado al contexto. Evita la demagogia, los prejuicios y las generalizaciones apresuradas. Su forma de expresarse refleja un pensamiento crítico y una capacidad de análisis que solo se adquieren a través de la educación y la práctica constante.

Y finalmente, la actitud "pedigüeña". Esto se refiere a aquellos que, en lugar de realizar un trabajo de investigación independiente, recurren a solicitar información de manera informal, sin seguir los protocolos adecuados, o incluso esperando que se les entreguen los datos sin esfuerzo. Los verdaderos periodistas son proactivos, buscan las fuentes, construyen sus propias narrativas y no dependen de que otros les faciliten el trabajo de forma discrecional.

La piratería comunicacional no solo devalúa la profesión periodística, sino que también pone en riesgo a la sociedad. Cuando la información no está en manos de profesionales formados y éticos, se abre la puerta a la desinformación, la manipulación y la propagación de noticias falsas. Esto erosiona la confianza en los medios y debilita el tejido democrático.

Es crucial que como ciudadanos seamos críticos con las fuentes de información que consumimos. No todo lo que se publica o difunde en redes sociales o en otros medios es periodismo. Debemos informarnos sobre quién está detrás de la información, cuál es su trayectoria, su formación y su compromiso con la verdad.

Llamar periodista a alguien que no lo es, por más que se exprese con cierta elocuencia o tenga acceso a ciertos datos, es un error que debemos evitar. Es un acto de justicia hacia quienes han invertido tiempo, esfuerzo y dedicación en formarse para ejercer esta noble profesión.

El periodismo es un pilar fundamental de la democracia. Es el encargado de fiscalizar el poder, de dar voz a los sin voz, de informar a la ciudadanía para que pueda tomar decisiones conscientes. Para cumplir con estas funciones esenciales, necesita ser ejercido por profesionales que comprendan la magnitud de su responsabilidad.

Por eso, insisto: No llames periodista a quien no lo es. Reconoce el valor de la formación, la ética y el rigor. Defiende el periodismo de calidad, aquel que se basa en la verdad y en el servicio a la sociedad. Solo así podremos construir un espacio comunicacional más honesto, confiable y enriquecedor para todos.

La diferencia entre un comunicador social egresado y alguien que se autoproclama periodista sin formación es abismal. El primero ha adquirido las herramientas para investigar, contrastar, analizar y presentar la información de manera responsable. Ha aprendido sobre los derechos y deberes del periodista, sobre la importancia de la objetividad y la imparcialidad, y sobre las consecuencias de la desinformación.

El segundo, en cambio, opera desde la improvisación, a menudo guiado por intereses personales, por la búsqueda de notoriedad o por la simple reproducción de lo que otros dicen. Su vocabulario puede ser llamativo, su actitud muy segura, pero carece de la base académica y ética que distingue al verdadero profesional.

Observemos las redes sociales, por ejemplo. Vemos a personas que, con un gran número de seguidores, se dedican a opinar sobre política, economía o sociedad sin ningún tipo de credencial. Comparten información sin verificarla, lanzan acusaciones sin pruebas y confunden a su audiencia. Si bien tienen derecho a expresar sus opiniones, no se les puede equiparar a un periodista.

Un periodista, incluso cuando expresa una opinión, lo hace desde un análisis fundamentado, contextualizado y con la conciencia de que su palabra tiene un peso y una responsabilidad. Su opinión no es un capricho, sino el resultado de una investigación y una reflexión profunda.

La piratería comunicacional es un fenómeno que se ha exacerbado con la era digital, donde cualquiera puede abrir una cuenta en redes sociales y difundir información a gran escala. Esto ha democratizado la comunicación en cierto sentido, pero también ha abierto la puerta a la anarquía informativa.

Es nuestra responsabilidad como ciudadanos discernir. No dejarnos llevar por la primera impresión, por la viralidad de un contenido o por la autoridad aparente de quien lo difunde. Debemos buscar la verificación, contrastar las fuentes y, sobre todo, valorar y apoyar a quienes ejercen el periodismo con profesionalismo y ética.

No se trata de un capricho de los periodistas titulados, sino de una defensa de la calidad informativa y de la credibilidad de una profesión que es vital para el funcionamiento de una sociedad informada y crítica.

Por eso, la próxima vez que escuches a alguien presentándose como periodista, pregúntate: ¿está formado para ello? ¿Actúa con rigor? ¿Su vocabulario es profesional? ¿Busca la verdad o solo el aplauso fácil? La respuesta a estas preguntas te dirá si estás ante un verdadero periodista o ante un imitador. Y en ese caso, por favor, no lo llames periodista.

 

Equipo de Alfayaracuy


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