Recuerdo perfectamente a Juan José...


Recuerdo perfectamente a Juan José Caldera, el hijo de Rafael Caldera Rodríguez. Había una anécdota recurrente que contaba sobre José Vicente Rangel, una que siempre sacaba con una sonrisa pícara, pero también con una advertencia velada.

Juan José solía decir, con esa forma suya de mezclar lo familiar con lo político, que uno debía tener mucho cuidado con José Vicente Rangel. No se refería a su ideología o a sus discursos, sino a algo mucho más terrenal y, para él, revelador.

"Miren," decía Juan José, y uno ya sabía que venía una perla, "tengan cuidado con José Vicente Rangel." Hacía una pausa, dejando que la curiosidad se instalara, y luego continuaba, "Él visita a papá, a mi padre, Rafael Caldera, pero no para charlar de política ni para discutir el futuro del país."

Y aquí venía el remate, la imagen que dejaba clara la picardía y la astucia de Rangel, según la perspectiva de Juan José.

"Lo hace," explicaba Juan José, mientras hacía una mueca con la mano, simulando el gesto de pedir dinero, "sólo para pedirle dinero."

La imagen era poderosa. Uno imaginaba a Rangel, el influyente dirigente político, entrando a la casa de un expresidente, no con argumentos o propuestas, sino con una mano extendida, esperando una contribución. Juan José lo contaba como si fuera una especie de chiste interno, una observación sobre la naturaleza humana y las relaciones de poder, donde los favores financieros a veces se entrelazaban con las alianzas políticas.

No era una crítica mordaz, sino más bien una constatación, una pincelada de realismo sobre cómo funcionaban ciertas esferas. Juan José, conocedor de los entresijos del poder por herencia y por experiencia propia, veía en ese gesto de Rangel una forma de operar, un estilo que, aunque quizás efectivo para él, Juan José consideraba digno de atención para los demás.

La anécdota servía como una advertencia, no en el sentido de que Rangel fuera un estafador, sino en el de que sus intenciones, o al menos una de ellas, podían ser bastante prácticas y directas, envueltas en la formalidad de una visita política. Era un recordatorio de que, incluso en los círculos más altos, las necesidades y los intereses personales a menudo jugaban un papel importante, y que un apretón de manos podía venir acompañado de una solicitud económica.

Y así, entre risas y advertencias, Juan José Caldera pintaba un retrato vívido y algo cínico de José Vicente Rangel, un hombre que, según su observación, sabía cómo conseguir lo que quería, incluso de los más ilustres.

 

Por: Alfayaracuy

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