Lo bueno, lo malo y lo feo del primer año de Claudia Sheinbaum como presidenta de México
El primer año Claudia Sheinbaum como presidenta arroja una aceptación sin precedentes y grandes logros, pero también deja zonas oscuras: inseguridad, corrupción, militarización, polémica judicial y debilidad legislativa.
Es difícil encontrar en los medios de comunicación un balance imparcial sobre el Gobierno de la denominada “Cuarta Transformación” (4T) y, en particular, sobre el primer año de la primera presidenta de México. La polarización sigue marcando el debate, lo que nubla la posibilidad de entender el momento histórico que vivimos.
Muchos celebramos la elección de la primera presidenta y el inicio de
una etapa para el futuro de la patria. Pero no de manera incondicional: son
reseñables también los errores, los vicios y el lado oscuro de este proyecto.
En este sentido, aquí dejo algunos apuntes que intentan salir de esa
polarización irracional para evaluar de forma balanceada el gobierno de Claudia
Sheinbaum.
Otro de los aciertos ha sido
la forma en que ha gestionado la compleja relación con el presidente
Donald Trump, quien ha asumido una actitud agresiva en las
interacciones con el resto del mundo. Frente a las amenazas permanentes,
Claudia Sheinbaum ha mantenido una postura firme, pero mesurada. Sin someterse,
ha establecido estrategias para evitar conflictos y, al mismo tiempo, mantener
el respeto a la soberanía nacional.
Lo malo
Sin duda, la seguridad sigue siendo el mayor desafío. A pesar de
que la presidenta destacó en su primer informe de Gobierno una reducción de delitos, lo cierto es que el
crimen organizado y la violencia preocupan mucho a los ciudadanos. Según la
Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU), elaborada por el
Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), el 63 % de la población adulta en zonas urbanas
considera inseguro vivir en su ciudad.
En este sentido, la falta de autocrítica manifiesta la
insensibilidad con las víctimas, que son presa de la delincuencia y viven en
carne propia las consecuencias de la inseguridad, en particular las familias de
los desaparecidos.
La militarización con la Guardia Nacional,
aunque disfrazada, es una de las más grandes contradicciones del movimiento
obradorista. Ratificada el pasado 1 de julio y gestada durante el mandato del
anterior presidente, representa una incongruencia programática, con el
agravante de que la presencia militar en las calles no ha reducido la
delincuencia.
Otro de los temas negativos es la inexistente división de poderes
y la falta de espíritu crítico dentro de Movimiento de Regeneración Nacional
(Morena), el partido gobernante. Su amplia mayoría legislativa ha
condicionado la dinámica del Congreso de la Unión. La relación de fuerzas –364
diputados de la coalición gobernante (Morena, Partido del Trabajo y Partido
Verde Ecologista de México) frente a los 135 de la oposición– justifica pensar
que la cámara parezca una oficialía de partes.
Otro tanto ocurre con la
reforma del poder judicial y la simulada elección de los jueces vivida hace algunos
meses. El poder judicial mexicano se sometió por décadas a la
voluntad del presidente en turno. Urgía un cambio para lograr una auténtica
impartición de justicia. Pero la reforma impulsada por López Obrador y
continuada por Sheinbaum no ha significado esa transformación sustantiva, que
garantice un sistema imparcial y efectivo. Una justicia para todas y todos, no
solo para quienes pudieran pagarla como ocurría en el pasado.
La elección judicial, que ha
dado lugar al nombramiento de ministros de la Corte Suprema, de los tribunales
electorales y los restantes ámbitos de la magistratura, apenas tuvo una participación del 13 %. El voto
popular solo ha servido para legitimar el nombramiento de jueces y magistrados
afines al gobierno actual.
Otra de las asignaturas
pendientes es la corrupción. Por más que pretendan justificarlo, sigue siendo parte
de la vida pública, en buena medida porque se mantienen los políticos del viejo
régimen y las viejas estructuras siguen intactas. La vigencia de personajes
como Manuel Bartlett, históricamente vinculado a
etapas oscuras de los gobiernos del PRI, y Manuel Espino, quien fue presidente del PAN,
son la muestra de que la vieja política sigue viva.
Lo feo
El trabajo que ha realizado la presidenta es la principal razón
por la que su popularidad se encuentre por las nubes.
Esta resulta incluso más elevada que la obtenida por López Obrador durante su
mandato. El estilo de Sheinbaum, por más que parezca una réplica comunicacional
del tabasqueño, ha dejado un sello propio basado en su impronta personal y su
independencia.
Desde el sexenio pasado, la oposición se ha desdibujado y se ha
estancado en una postura que la sigue alejando de los votantes.
Esa es la razón por la que
algunos analistas han señalado que lo peor de esta nueva etapa en la historia
nacional sigue siendo la oposición: errática, decadente, incapaz de convertirse en un actor que sea el contrapeso que
toda sociedad necesita para evitar los excesos del grupo en el poder.
Sin autocrítica y con una
oposición tan pobre será imposible enmendar los errores de los gobiernos de
Morena, que no son de izquierda. A pesar de esto, existe un cierto consenso en
que México ha dejado atrás un régimen de abusos, corrupción y privilegios. Por
eso, existe la esperanza de que el futuro de la patria será mejor, pero solo si
recuperamos un debate crítico, responsable y sensato sobre el destino de la
nación.
Lo bueno
La existencia de un debate sobre los asuntos públicos del país es una
ganancia, pues obliga a pensar con mayor profundidad los resultados del trabajo
gubernamental. Aunque exista cerrazón de muchos, este debate contribuirá a
mejorar la participación ciudadana y nuestra endeble democracia. La dinámica
muestra que vivimos un cambio en la cultura política, que ha sacado el debate
de los pasillos del poder y ha llegado a las calles. Aunque todavía no lo
hacemos con la apertura y madurez necesaria, es un paso adelante hacia
gobiernos honestos y efectivos.
En el haber de este primer año de Sheinbaum como presidenta destacan los programas para la reducción de la pobreza,
unas acciones que dan continuidad a la política social de su antecesor, Andrés
Manuel López Obrador. En este área obtiene el mayor reconocimiento.
Si bien el aumento al salario es lo que más impacta en la reducción de
la pobreza, los programas sociales despiertan más adhesión popular en México.
La razón es sencilla: es un apoyo que se refleja de forma inmediata en los
bolsillos de las personas. Una muestra de que, ahora, los recursos públicos (al
menos una parte) no se quedan en las cuentas de las y los políticos.
Aunque los especialistas señalan que “regalar” dinero no es la mejor fórmula y
que hace falta una política integral, también es cierto que estas acciones sí
han beneficiado a la población y mejorado sus condiciones de vida.

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