Jonatan Alzuru: El Nobel de la Paz, entre resistencia, ceguera y silencio chileno
1.- Noruega no
premia a una persona: Reconoce a un pueblo que resiste
¿Por qué Noruega,
al otorgar el Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado, no solo la
distingue como líder, sino que reconoce el esfuerzo colectivo de la oposición
venezolana por salir de una dictadura sin armas, sin exilios dorados y sin
claudicar ante la desesperanza?
Esa es la pregunta que debería estar en el centro del debate político y moral
de nuestro tiempo. Porque más allá de los nombres, lo que Noruega pone en el
centro es la persistencia cívica de un pueblo que ha decidido sostener la
política en medio del derrumbe.
El propósito de
este artículo es precisamente ese: mostrar y demostrar la miopía de buena parte
de la izquierda internacional, incapaz de comprender la dimensión histórica de
este reconocimiento. Una ceguera que se traduce, en el mejor de los casos, en
silencio —como ha ocurrido con Chile— y, en el peor, en la justificación de un
régimen que ha convertido el terrorismo en política de Estado.
2.- Noruega, el
país que más ha comprendido la crisis venezolana
Para entender el
sentido del Nobel, hay que entender primero por qué Noruega conoce tan bien a
Venezuela. Desde 2019, el país nórdico ha sido el único mediador neutral y
constante entre el régimen de Nicolás Maduro y la oposición democrática. No ha
llegado para juzgar, sino para facilitar el diálogo, bajo una diplomacia que
privilegia la discreción y la credibilidad por encima del espectáculo.
Su intervención
comenzó en mayo de 2019, con los llamados diálogos de Oslo y Barbados, donde
representantes del chavismo y de la oposición aceptaron, por primera vez en
años, una mesa común. Noruega estructuró aquella negociación bajo seis puntos:
garantías electorales, levantamiento progresivo de sanciones, liberación de
presos políticos, reconocimiento institucional, garantías de no persecución y
mecanismos de verificación.
Aquel proceso no
produjo un acuerdo definitivo, pero dejó abierto un canal político verificable,
algo que ni la OEA, ni la ONU, ni el Vaticano habían logrado. Noruega mantuvo
esa interlocución incluso cuando el régimen se retiró, demostrando una
paciencia diplomática poco frecuente en el mundo contemporáneo.
3.- La
mediación noruega: Sostener el hilo político
Dos años después,
en 2021, Noruega volvió a asumir su papel mediador, esta vez con la Mesa de
Negociación de México, donde fungió como facilitador técnico y garante. Allí se
firmó el memorando de entendimiento que dio forma a un nuevo espacio de
diálogo, con reglas de confidencialidad y verificabilidad.
El resultado más
concreto de esa etapa fue el Acuerdo Parcial sobre Protección Social (noviembre
de 2022), que preveía la creación de un fondo administrado por la ONU para
atender sectores sociales críticos con recursos venezolanos bloqueados en el
exterior.
Aunque su implementación quedó suspendida por desacuerdos internos, el proceso
consolidó el papel de Noruega como el custodio del diálogo político venezolano,
no de un resultado, sino de un método: la política como única vía posible
frente al autoritarismo.
Durante todo este
tiempo, Noruega ha sido testigo directo del sufrimiento, la represión y la
resistencia pacífica del pueblo venezolano. Ha visto desde dentro las fracturas
del poder, los esfuerzos de la oposición democrática y el costo humano de
sostener una causa sin armas.
Por eso, cuando Noruega entrega el Nobel a María Corina Machado, no está
improvisando un gesto moral: está reconociendo una historia que ha acompañado y
conocido de cerca durante seis años.
4.- Un reconocimiento
político, no sentimental
El Premio Nobel de
la Paz no se concede solo a personas; se concede a símbolos que condensan una
esperanza civilizatoria. En este caso, el reconocimiento a Machado representa
la confirmación de que aún existe, dentro del país más golpeado del continente,
una fuerza política que insiste en transformar la realidad por vías pacíficas.
Noruega, al
hacerlo, no premia una ideología, sino una coherencia moral: la de una mujer
que ha enfrentado inhabilitaciones, amenazas y campañas de difamación sin
abandonar la convicción de que el poder no se conquista con violencia, sino con
legitimidad democrática. Y ese gesto, en un país donde la represión es la
norma, equivale a sostener la dignidad nacional.
5.- La miopía de la
izquierda y el silencio de Chile
Mientras Noruega
—país de neutralidad y ética política— entiende la magnitud del gesto, una
parte importante de la izquierda internacional se niega a ver lo que el mundo
ya ha visto: que la causa venezolana no es de derecha ni de izquierda, sino de
libertad frente a un poder que ha destruido las instituciones, los derechos
humanos y la verdad.
Esa ceguera ha
quedado en evidencia en la reacción —o más bien, en la falta de reacción— de
los gobiernos y dirigentes de la izquierda latinoamericana.
Muchos de ellos, atrapados en su propia narrativa ideológica, han preferido
callar antes que reconocer que la dictadura venezolana traicionó los ideales de
justicia social que decían defender.
El silencio del presidete de Chile frente a este reconocimiento no es un simple
descuido diplomático; es una forma de complicidad pasiva. Porque guardar
silencio ante el sufrimiento de otro pueblo es otra manera de perpetuar su
opresión.
Debemos recordar a
los dirigentes de todos los partidos políticos de Chile que, sin la ayuda de
Estados Unidos durante el gobierno de Ronald Reagan y la decisión de su
secretario de Estado, George Shultz, opuesto a Pinochet, no hubieran logrado la
transición, el gobierno norteamericano no solo financió a la oposición, sino
que también estructuró un plan y ejerció presión sobre los militares cercanos a
Pinochet, como ha sido ampliamente estudiado a partir de las revelaciones de la
documentación de la CIA.
Esa miopía política
revela la incapacidad de una parte de la izquierda de desvincular la lealtad
ideológica del deber moral. No comprenden que el Nobel a María Corina Machado
no celebra una victoria electoral ni una estrategia partidista, sino una ética
de resistencia civil que dignifica a toda América Latina.
6.- Noruega y
la política como acto de fe
Lo que Noruega ha
hecho durante todos estos años en Venezuela —sostener el diálogo cuando nadie
creía en él— tiene una coherencia con su propia cultura política: la convicción
de que el conflicto no se resuelve con fuerza, sino con palabra.
Esa misma lógica es la que da sentido al Nobel: premiar a quienes, en medio del
caos, todavía creen en la política como forma de liberación.
María Corina
Machado representa, para el pueblo venezolano, esa fe civil en la democracia, y
Noruega lo sabe. Porque ha sido testigo directo de esa lucha, porque ha mediado
con discreción entre quienes hoy la persiguen y quienes la defienden, y porque
ha visto, más que nadie, el precio humano de sostener una idea cuando todo el
poder trabaja para destruirla.
7.- El Nobel como
espejo moral
El Premio Nobel de
la Paz a María Corina Machado no es un premio a una biografía, sino al temple
de una nación que no se rindió. Es el reconocimiento de que, incluso bajo el
régimen más autoritario del continente, la política civil ha sobrevivido
gracias a mujeres y hombres que decidieron no rendirse al odio ni a la
violencia.
Noruega, que ha
estado allí desde el principio, no necesitó que nadie se lo explicara. Lo vio,
lo acompañó y lo documentó. Por eso puede reconocer con claridad lo que tantos
otros prefieren negar: que la resistencia venezolana no es un mito, sino una
gesta política y que su mayor mérito ha sido preservar la esperanza de libertad
en un país devastado por el autoritarismo.
Profesor
universitario
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